HERMITAGE ST. PETERSBUG

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DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMEROS Y ULTIMOS…ULTIMOS Y PRIMEROS

El evangelio que hemos leído hoy no es fácil de comentar. Pero la pregunta de entonces sigue siendo una pregunta vigente: "¿Serán pocos los que se salven?" De ahí que nos interese estudiar la respuesta de Jesús, la respuesta que dio siguiendo su camino hacia Jerusalén.

-La pregunta como se hacía entonces

En primer lugar debemos situar la pregunta de entonces (y situar después la pregunta cómo hoy se haría). Quienes se lo preguntaban entonces pensaban que ellos se salvarían por el hecho de ser miembros del pueblo judío, mientras que los demás -los hombres y mujeres que no pertenecían al pueblo judío- no podrían salvarse. Por eso la respuesta de Jesucristo va por el camino de decirles que no basta ser miembros de un pueblo -aunque sea el pueblo de Dios- sino que es preciso el esfuerzo personal por cumplir la voluntad de Dios, por vivir en comunión con Él. De ahí que les advierta que muchos "de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur" -es decir, de los pueblos que muchos judíos solían considerar "excluidos", "condenados"- "vendrán y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios". En una palabra: es peligroso considerarse con derecho a salvarse porque lo importante es vivir de hecho según el camino de vida (importan los hechos y no los derechos).

-Una mentalidad que sigue presente

Y ya pensando en nosotros, debemos decir que esta mentalidad de muchos judíos de entonces -no de todos, no de los profetas por ejemplo-, esta mentalidad sigue presente en algunos cristianos.

Quizá cada día menos -después hablaremos de otra nueva y también equívoca mentalidad cada vez más general- pero de alguna manera aquel modo de pensar está aún presente en bastantes cristianos e incluso, a veces, en el modo de hablar en la Iglesia. Es decir, que tenemos la tentación de seguir pensando que nosotros somos los buenos -los que nos salvaremos- y los otros -los no cristianos, la gente de ideologías y creencias diversas u opuestas- los malos, los que difícilmente se salvarán. Por ello, la primera conclusión después de escuchar este evangelio, debería ser: Jesucristo nos dice que el hecho de salvarse o no, no depende fundamentalmente de ser miembro de la Iglesia, del llamarse cristiano. Depende -entonces como ahora- del vivir en comunión con Dios. Lo que importa son los hechos. No hasta confiar en que "hemos comido y bebido" con Jesucristo -es decir, que hemos participado en la Eucaristía y en los sacramentos-, ni en que "tú has enseñado en nuestras plazas" (es decir, haber escuchado su evangelio, la catequesis de la Iglesia, etc.). Todo esto es sin duda muy importante para quienes creemos en Jesucristo, pero no basta. Mejor dicho: de nada sirve si no va unido con un vivir en sintonía de hechos con la voluntad de Dios, con su Reino. Si no hay esta sintonía, el nos dirá: "No sé quiénes sois".

-La pregunta como se hace hoy

Pero, como decía, es probable que hoy muchos planteemos la pregunta desde un modo de pensar muy distinto, casi en el otro extremo. Quizá nosotros ahora preguntaríamos: ¿Habrá alguien que no se salve? Porque valoramos mucho -y eso es indudablemente bueno- el amor universal de un Dios que es Padre, la fuerza salvadora de Jesucristo, la presencia del Espíritu en todos los hombres de buena voluntad. Pero también -y eso ya no es bueno- porque tenemos menos en cuenta que en cada hombre hay una posibilidad de cerrarse a este amor, de instalarse en el pecado, una posibilidad de no buscar la verdad y de vivir en la injusticia.

Por todo eso, fácilmente, no vemos "problema" en el hecho de salvarnos. Por razones distintas coincidimos con aquella mentalidad de los judíos del tiempo de Jesús: ya nos creemos salvados. Y, por ello, nosotros como ellos, no valoramos la salvación gratuita, sin méritos nuestros, que nos ofrece Dios, ni nos exigimos un esfuerzo de fidelidad, de coherencia, con esta salvación.

-La respuesta de Jesucristo

Jesús, entonces, no respondió a la cuestión de si serían muchos o pocos quienes se salvarán. Y ello nos enseña que no está ahí nuestro problema. Jesús se niega siempre a responder a cuestiones como cuándo se terminará el mundo, cómo será el cielo, etc.: Jesucristo no responde, no contesta, porque su interés está en hablarnos del ahora y no del después.

Lo que Jesús dijo es muy sencillo: si queréis participar de la plenitud de vida que el Padre quiere para todos vosotros -y el Padre la quiere para todos- empezad a vivirla ahora. Lo que no vale -lo que es hacer trampa- es pretender comulgar después con esta plenitud de vida y no intentar hacerlo ahora, a través del esfuerzo, a menudo difícil para los pecadores que todos somos, por seguir la voluntad del Padre, el camino de Jesús, la inspiración del Espíritu. Este es nuestro problema. Lo que debemos hacer ahora, no lo que será después. Y ésta debe ser también nuestra oración. La de quienes nos sentamos ahora en la mesa de Jesucristo con el anhelo de sentarnos en la mesa del Reino. Una oración que nos ayude a vivir ahora en comunión con su voluntad para participar después de su eterna plenitud de vida.

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SANTIAGO APOSTOL, PATRONO DE ESPAÑA

SOLEMNIDAD DE SANTIAGO, PATRONO DE ESPAÑA

-NUESTROS ESQUEMAS

¿Cuáles son nuestros esquemas de comportamiento? ¿Qué es lo que vemos a menudo en nuestro mundo, en nuestra sociedad, incluso en nuestras comunidades cristianas? Afán de poder. Ganas de ser importante, de figurar. Luchas por conseguir pasar delante de los demás. Codazos para poder salir en la foto. La convicción de que, sin nosotros, no funcionaría nada o todo se derrumbaría. Utilización de técnicas publicitarias: se trata de vender imagen. Preocupación por el espacio y el tiempo de permanencia en los medios de comunicación: sólo vale lo que se publica.

Control de todo y de todos, no fuera que alguien actuara por cuenta propia. Ahorrarse que la mayoría piense y se organice: hay más que suficiente con que algunos tengan iniciativas y las ofrezcan a todos los demás. Cortar de cuajo cualquier posibilidad de discrepancia. Esconder información… por el bien de todos, claro está.

Marcar siempre las distancias, pero hacer gestos de acercamiento: eso gusta a los súbditos. Un cuerpo de funcionarios numeroso, que asegure una maquinaria incomprensible para todo el mundo pero que asegure la permanencia. Crear dependencia dando como favor aquello que ya corresponde como derecho, o exigiendo como obligatorio lo que es opcional. Acumular cuantas más prerrogativas mejor: si el poder está muy repartido, el sistema se hunde.

Ofrecer, claro está, posibilidades de evasión: así se descubren los perturbadores, y es bastante fácil después poner los dientes largos con algún cargo; son pocos los que se resisten…

 

-NUESTROS ESQUEMAS SE VAN AL TRASTE

"No será así entre vosotros".

¡Cuánto tiempo hacía ya que los doce iban con Jesús…. y aún no le habían comprendido! La madre de Santiago y Juan pide los lugares de privilegio y de poder para sus hijos, y los otros diez, tontos, se enfadan contra los dos hermanos.

También nosotros hace tiempo que conocemos a Jesús y a menudo damos la impresión de no haberlo comprendido mucho, o nada. Y es que ver el mundo con los ojos del Dios de Jesús supone invertir nuestros esquemas: para nosotros, vale y es importante el que está arriba; según el Dios de Jesús cuenta el que sirve, el esclavo, es decir, aquel en quien nadie se fija, aquel que hace el trabajo que nadie valora, aquel que es tratado como un inferior.

¡Cuánto tenemos que aprender todavía los cristianos! Pero podemos hacerlo. Santiago y Juan y los otros diez, con el tiempo, también fueron aprendiendo. Tanto, que llegaron a proclamar sin ambages que "obedecer a Dios es primero que obedecer a los hombres". Por fin habían asumido la manera de ver del Dios de Jesús. Y hemos recordado que precisamente Santiago fue el primero de los doce que, como Jesús, dio la vida. El, que quería el poder y la gloria, fue asesinado por el poderoso de turno. Había cambiado de armas, porque había cambiado de esquemas.

 

-"NO SERÁ ASÍ ENTRE VOSOTROS"

El camino de conversión de los doce y, en particular, de Santiago puede ser una llamada y acicate para todos nosotros. También nosotros podemos cambiar. También nosotros podemos ir haciendo realidad una iglesia en la que no haya gobernantes ni súbditos, poderosos y esclavos, unos arriba y otros abajo. Pero, para que eso sea posible, hay que ir deshaciendo muchos malentendidos y perder muchos miedos. Y hay que volver, claro está, al Evangelio sin prejuicios.

Es cierto que hay que estar mínimamente organizados, y que ello implica una cierta estructura. Pero lo que no se puede hacer es olvidar, de hecho, que todos somos hermanos, hijos de un único Padre. Es cierto que entre nosotros tiene que haber diversas funciones. Pero dejando siempre claro que, si alguien tiene que ser tratado como más importante, es precisamente el servidor, el esclavo, el que da realmente la vida por los demás. Tendrían que resonar siempre en nuestro interior, en nuestro corazón, en nuestras comunidades, en nuestros movimientos, en nuestras parroquias, las palabras de Jesús: "No será así entre vosotros".

Que la comunión con la vida de Jesús, a través de la Palabra y de la Eucaristía, nos lleve a la conversión, a saber hacer como Santiago, que finalmente comprendió que comulgar con Jesús comporta vivir como él, que se ha hecho esclavo de todos. Que también nosotros encontremos finalmente dónde se encuentra la verdadera gloria y vivamos de acuerdo con el hallazgo.

J. M. GRANE

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DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

UNA COSA NECESARIA

María ha escogido la mejor parte.

Ha llegado el verano. Y con el verano, las vacaciones. La inmensa mayoría interrumpirá su trabajo, se liberará de la esclavitud diaria de una ocupación forzada e iniciará un modo de vida diferente.

Pero, ¿qué es este tiempo libre? ¿en qué se ocupa? ¿es verdaderamente libre? ¿qué es descansar? ¿cómo puede descansar y renovarse una persona?

Son preguntas que pocos se plantearán mientras meten el bañador en la maleta o echan el último vistazo al mapa de carreteras.

Para muchos, lo importante es huir. Escapar de esa cotidianeidad que agobia, aburre y asfixia. Consolarse de la vida anodina y penosa de cada día. Otros vivirán «comprando» diversión y «consumiendo», de manera incontenible, playas, paisajes, restaurantes y festejos de todas clases.

No es extraño que ciertos «descansos» terminen agotando a bastantes y que este tiempo libre haga a muchos más esclavos aún de la trivialidad y más prisioneros de la superficialidad y el consumismo.

Cuánto bien podrían hacernos a todos las palabras de Jesús alabando la actitud de escucha de María, sentada serenamente a sus pies. Son palabras que nos deben hacer pensar: «Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas. Sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte».

El hombre actual necesita aprender el arte de escuchar. Necesitamos hacer silencio, curarnos de tanta prisa, detenernos despacio en nuestro interior, sincerarnos con nosotros mismos, sentir la vida a nuestro alrededor, sintonizar con las personas, escuchar la llamada silenciosa de Dios.

No se trata de buscar el silencio por el silencio, sino de reencontrarnos a nosotros mismos, enraizarnos más sinceramente en nuestro ser, y, sobre todo, escuchar al que es la fuente de la vida.

Dedicar un tiempo de nuestras vacaciones a estar sencillamente en silencio, a la escucha de nuestra pobre vida y a la escucha de la ternura de Dios, puede resultar insoportable al comienzo, pero puede ser una experiencia de renacimiento gozoso.

Con frecuencia, nuestra oración está tan llena de nuestras peticiones, preocupaciones e intereses, que nos resulta difícil encontrarnos con el Dios vivo.

Y, sin embargo, lo que cambia el corazón del hombre y lo renueva es la comunicación con ese Dios Viviente. Descubrir en lo más profundo de mí, allí donde yo estoy solo y donde ningún otro puede penetrar la paz, la reconciliación y la ternura de ese Dios que me ama tal como soy.

JOSE ANTONIO PAGOLA

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DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

EL BUEN SAMARITANO

Caminantes

Jesús va de camino a Jerusalén, la ciudad donde acabará su vida y su misión. También nosotros vamos de camino por la vida. ¿Hacia dónde? Como los judíos, también nosotros tenemos una respuesta aprendida, pero acaso no asumida. Sabemos que la vida es un paso hacia el cielo, que es nuestro destino. En este contexto tiene pleno sentido la pregunta del letrado: ¿Qué hacer para alcanzar la vida eterna? Pero no era una pregunta, sino una trampa. Un letrado tenía que saber la respuesta. Por eso Jesús no le responde, sino que le acorrala para que responda: ¿qué está escrito en la ley? Y el letrado, comprometido, responde de carretilla: amarás al Señor, tu Dios, y al prójimo como a ti mismo. Pues eso es lo que hay que hacer, sentencia Jesús. Pero el letrado insiste en el debate: ¿quién es mi prójimo?

Compañeros de viaje

Preguntar por el prójimo es un pretexto para justificar nuestra despreocupación por él. Porque todos somos compañeros de viaje y, por tanto, todos somos prójimos unos de otros. Eso es lo que Jesús quiere dejar bien en claro. Por eso recurre a una parábola, la del buen samaritano. Allí no se teoriza sobre el prójimo, no se hacen cábalas sobre la proximidad. El prójimo es todo el que va de viaje con nosotros y como nosotros, porque todos somos caminantes, peregrinos, y vamos a la misma meta, aunque no lo sepamos ni queramos saberlo. En la parábola de Jesús no se habla del prójimo, pero se ve, como se ve también cuántos hay que no saben comportarse como tales.

El hombre en la cuneta

Un hombre iba de camino de Jerusalén a Jericó y fue asaltado, maltratado y robado, quedando medio muerto en la cuneta. Este hombre no tiene nombre, ni nacionalidad, ni cargo, porque ese hombre somos todos, podemos ser todos. De hecho, hay muchos, demasiados hombres en la cuneta. Todas las estadísticas que tratan de evaluar el número de pobres, de marginados, de discriminados, de tercermundistas, están hablando de los hombres arrojados medio muertos en la cuneta. Porque en este mundo, y en nuestros mundos, nos hemos empeñado en convertir la vida en una competición, en vez de una cooperación. De ahí que la insolidaridad presida la vida y la ley. Cada cual va a lo suyo, tratando de impedir que los demás lo consigan. Porque el principio de escasez, que debería obligarnos a racionalizar, ha montado una teoría económica para justificar la ley de la selva, la ley de los fuertes.

Los bandidos

El hombre fue asaltado por unos bandidos. La pobreza nunca es una fatalidad, es siempre el resultado de la rapiña de los bandidos. No se trata sólo de esos pintorescos bandoleros o rateros y cacos, que son una anécdota en la vida. Se trata de los bandidos que no están expuestos en los bandos públicos como "se busca", porque su actividad está civilizada y legalizada por las sociedades avanzadas y sabe cubrir las apariencias. Son toda esa pléyade de especuladores, explotadores, ambiciosos, usureros, desaprensivos y un largo etc., que juegan con las necesidades humanas para hacer sus "negocios". Son los violentos, los terroristas, los radicales y desalmados, los torturadores e inquisidores. Jesús denuncia a todos los bandidos que maltratan y explotan al hombre, a la mujer, al extranjero, a los niños, a los negros, a los parados o que buscan empleo, a los que están en extrema necesidad, dispuestos a pasar por todo. Pero denuncia también a los sacerdotes y a los levitas, o sea, a todos los que buscan coartadas para encogerse de hombros ante la miseria y necesidades de los otros. Denuncia a los que convierten la religión en un pretexto para inhibirse de la política y de la actividad sindical, y a los que convierten a su Dios en una excusa para encerrarse en sí mismos, porque piensan que primero es Dios y luego el prójimo, para el que nunca tendrán tiempo ni voluntad.

El buen samaritano

El que atiende a su hermano, ése es el buen samaritano. No importan sus siglas de identificación, ni su ideología, ni su partido o sindicato, ni su religión, lo que importa es el amor a los otros. El samaritano era odiado por los judíos, porque era extranjero, porque era de otra clase, de otra cultura, de otra religión, distinto. No importan las ideas, sino la actitud. Hay muchos que tienen buenas doctrinas, pero sus obras no lo son. Nosotros mismos, los cristianos, presumimos de algo tan maravilloso como el evangelio, pero ¿qué hacemos? ¡Cuántos rodeos y cábalas para no atender a los necesitados! ¡Cuánta doctrina social de la Iglesia y qué poca Iglesia aplicada a ponerla por obra!

Todos vamos por el mismo camino

Jesús deja en claro dos cosas: que todos somos compañeros, prójimos, porque todos vamos por el mismo camino, que todos deberíamos comportarnos como buenos compañeros, como el buen samaritano. Sobran pretextos para caminar en corros y encerrarnos en el corral de nuestros prejuicios religiosos, nacionalistas, regionales, partidistas, clasistas, etc. Por encima de todo lo que nos diferencia (lengua, religión, cargo público, jerarquía, nación, sexo…), hay algo, lo único importante, que nos hace iguales: todos somos personas, hijos de Dios. Por eso deben prevalecer el amor y la solidaridad por encima de cualquier otra consideración. Ni el papa ni el rey son más persona que el último mono, ni son más hijos de Dios.

Todos vamos a la casa del Padre, aunque nuestra túnica sea de distinto color.

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DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

ENVIADOS A PREDICAR

Es una orden del Señor. Una orden urgente dada no a los Apóstoles, sino "a los setenta y dos discípulos". Es decir, a todos los cristianos. Esa orden debía resonar en nuestros oídos y ser tan eficaz como lo fue en el momento en que la dio verbalmente a aquellos hombres que estaban cerca de El. Porque hoy, como ayer, el cristiano debe ser un hombre dispuesto a caminar por todos los lugares para anunciar a los hombres que está cerca de ellos el reino de Dios. El cristiano debe ser un hombre itinerante, que se sienta en situación de caminar. Quizá todo lo contrario de como aparece generalmente un cristiano, que más bien es un hombre sedentario y perezoso que vive cómodamente instalado en sus seguridades, sin tener la comezón irresistible de contar a los demás qué ha descubierto al encontrarse con Dios.

Claro está que para ponerse en camino e ir a los hombres a decirles algo, hay que tener algo que decir. De lo contrario, se comprende la inmovilidad y la inercia. Aquellos setenta y dos discípulos que partieron tras el mandato de Jesús tenían una misión concreta y un encargo determinados para cuyo cumplimiento iban perfectamente pertrechados. Ciertamente que no eran sabios ni poderosos; ciertamente que no formaban parte de los estamentos cualificados de la época; ciertamente que aparecían como unos hombres corrientes, desconocidos, más bien insignificantes. Pero, ciertamente, habían vivido cerca de Jesús, lo habían descubierto, habían intentado comprender sus palabras, sus gestos, sus aspiraciones y sus deseos. Habían recorrido con El los caminos de Judea y de Galilea, le habían visto perdonar a los pecadores, curar a los enfermos, dar vida a los muertos, multiplicar el pan para saciar el hambre de los que le oían con avidez. Le habían oído hablar de Dios como de un Padre que espera siempre al hombre, que está dispuesto a recibirlo con los brazos abiertos a pesar de sus pequeñeces y sus racanerías. En fin, aquellos hombres estaban llenos de Jesús, era un poco como su sombra, intentaban reproducir su estilo. Ellos sí que tenían algo que decir. Y por eso los envió a todos los sitios para que, en cierto modo, le prepararan el camino, fueran "haciendo camino" y prepararan a sus oyentes para comprender mejor al Señor que los iba a visitar.

Tenían que predicar el Reino de Dios y llenar a los hombres de paz. Porque tal era su finalidad, les advierte Jesús que no llevaran nada para el camino. Les bastaba la sabiduría que habían aprendido de El, alcanzada en la proximidad al Señor, obtenida por la convivencia diaria. De hecho, aquellos hombres, a los que el Señor enviaba a "su mies", estaban perfectamente capacitados para la siega. Sin embargo, y para evitar desilusiones, Jesús les advierte de las serias dificultades de su misión con un símil de lo más expresivo: van a ser como corderos entre lobos, situación que no debe ser ciertamente cómoda. O sea, que el cristiano, además de ser un hombre en condición de caminar, debe estar dispuesto a caminar no precisamente por caminos de rosas, aun cuando su mensaje sea un mensaje de paz y bienaventuranza, sin descartar que, en ocasiones, las máximas dificultades vengan de aquéllos que también se dicen discípulos de Cristo, de aquellos hombres profunda y sinceramente religiosos.

Lo que es cierto, a la vista de este Evangelio, es que el cristiano no es un hombre que debe quedarse con el descubrimiento gozoso de la buena noticia, sino que tiene que sentir la urgencia de comunicarla a los demás. Claro está que, primero, tendrá que descubrirla y asimilarla, es decir, descubrirla y convertirla en vida propia. Quizá entonces sienta la imperiosa necesidad de contar a los demás lo importante que es en la vida del hombre encontrarse con Dios. Quizá entonces sienta la necesidad de hablar a los demás acerca de cuál puede ser, por ejemplo, la hondura de una relación familiar cuando Dios está presente en la familia; de cómo se amplía el horizonte de relación con el hombre cuando en el hombre se ve a un hermano, hijo del mismo Padre; cómo entonces se hace realidad aquella preciosa frase de Pablo de que ningún problema humano me es ajeno; cómo entonces es imposible pasar con indiferencia ante una juventud que se droga o ante un anciano que llora de soledad y de abandono; cómo entonces la justicia aparece como una exigencia indiscutible. Quizá entonces el cristiano sienta la urgencia de hablar a los demás de la alegría de una profesión cumplida perfectamente, precisamente porque ésa es la voluntad de Dios y así se consigue acercar su Reino al mundo. Quizá podría decirles cómo es posible, cuando se ha vivido cerca de Cristo, decir no a tantas cosas fáciles que se nos ofrecen y que no resisten un análisis comparativo con los criterios cristianos, y que además se puede decir no con alegría.

Sin ninguna duda, el cristiano debe "ir" a los hombres con un mensaje. Lo importante es que tenga algo interesante que decir.

En muchas ocasiones tendríamos que confesar que nuestro mensaje resulta extraordinariamente soso y apagado, le falta "gancho", no cautiva a nadie, quizá porque no nos ha cautivado previamente a nosotros. Nadie da lo que no tiene.

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DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

AL ENCUENTRO DE JESUS

El evangelio de Lucas ha comenzado así: "Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén". Y en dos ocasiones hemos encontrado esta expresión: "de camino". Durante los domingos de este verano que acabamos de comenzar, y hasta bien entrado el otoño, los evangelios de Lucas que nos hablarán de este largo camino de Jesús hacia Jerusalén, hacia el lugar de su Pascua. Y es que san Lucas quiere ejemplificar, mediante esta extensa narración del largo camino de Jesús hacia Jerusalén, lo que debe ser nuestra vida cristiana: un seguir a Jesús, un caminar con El, también nosotros hacia la Pascua.

-¿Hemos de ser héroes para seguir a Jesús? Sin embargo, ya hoy, en este evangelio, nos encontramos con una dificultad. Jesús parece mostrarse muy radical, muy exigente -casi diríamos intolerante- con tres hombres que quieren seguirle. Y ello nos plantea a todos una cuestión: ¿es preciso ser un héroe, un santo, para seguir a Jesucristo? Cuestión decisiva para nosotros, porque imagino que entre nosotros hay pocos héroes y pocos santos, pero también es verdad que queremos seguir a Jesucristo. Y si para ser cristiano (=seguidor de Jesucristo) es necesario una conducta heroica o una santidad perfecta, ¿no habremos de reconocer que supera nuestras posibilidades? La  nos asusta y probablemente con razón: ¿quién se atreve -pasada la primera juventud- a hacer profesión de heroicidad o de santidad? Las exigencias de Jesucristo son radicales. Pero también nos dice el evangelio que quienes de hecho le seguían (los apóstoles, las mujeres que iban con El, los otros discípulos…) no eran héroes ni ejemplos de perfección. Hoy mismo hemos leído que Santiago y Juan querían que bajara fuego del cielo para acabar con la gente de un pueblecito que no había querido recibirles. Cuántas veces encontramos en los evangelios muestras de cobardía, de incomprensión, de vanidad, de peleas entre los apóstoles… Y no por ello Jesucristo les rechaza o niega que puedan ser discípulos suyos.

¿Como unir estos aspectos? Por una parte, la exigencia radical de Jesús como condición para ir con El; por otra, el que quienes de hecho le siguen sean hombres y mujeres con sus defectos y pecados. Y es interesante notar que el evangelio de Lucas es quizás el que acentúa más uno y otro aspecto. Jesucristo es exigente y no pacta con la mediocridad, pero no pide como condición previa la heroicidad.

Posiblemente nos ayude a comprender todo esto el fijarnos dónde sitúa Jesucristo su radicalidad, qué es lo que El exige como condición para seguirle. Y veremos que Jesucristo no exige que Pedro o Juan o Santiago o María Magdalena o cualquiera de quienes le siguen, se transformen en un momento en héroes o en seres perfectos. Comprende su cobardía, sus defectos, sus pecados, Pero lo que sí exige es que no pongan condiciones para seguirle, que no se reserven nada. Es decir, que confíen ilimitadamente en El, que estén dispuestos a dejarse transformar, que quieran seguirle más y más.

-Nosotros y nuestro cáncer. Este es seguramente nuestro problema: hay zonas de nuestra vida que nos reservamos para nosotros, en las que creemos que debemos comportarnos según nuestro criterios y no según los de Jesús.

Estamos dispuestos a seguirle unas horas de nuestra vida, en unos aspectos. Pero en otros, no. Ponemos condiciones a Jesucristo: en esto o en aquello, no te metas. Más aún: pretendemos pactar con Jesucristo (¡estamos tan acostumbrados a pactar!): yo haré esto o aquello, pero déjame tranquilo en lo de más allá.

Entonces estas zonas de nuestra vida que nos reservamos (y que a menudo son muy importantes para nosotros: nuestro modo de comportarnos cuando se trata de ganar dinero, o de querer dominar y servirnos de los demás, nuestra relación cotidiana hecha de dureza o de mal humor con los de casa, etc. etc.), estas zonas se convierten en un cáncer de nuestra vida cristiana. Porque Jesucristo no pretende que seamos héroes o santos, pero quiere que nos entreguemos sin reservas ni condiciones a su Espíritu que puede transformarnos más y más.

El problema (en nuestra vida cristiana) no es que no tengamos una salud perfecta, no es que consigamos librarnos de cualquier enfermedad; el problema es que por una parte de nuestro cuerpo (de nuestra vida) no dejamos circular la sangre de Jesucristo, la fuerza transformadora de su Espíritu. El problema es el cáncer que no arrancamos y que se va apoderando de nosotros hasta matar nuestro dinamismo de seguimiento de Jesucristo. Por eso Jesucristo es radical. Porque sabe que reservándonos estos trozos de nuestra vida, nunca le podremos seguir. Por eso El, cada domingo, quiere que renovemos el memorial de su entrega total por nosotros. Para que nos animemos a darnos también nosotros, sin condiciones. El no deja nunca de esperarlo.

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SANTISIMA TRINIDAD

UN RETRATO VIVO DE DIOS

Aunque siempre, sobre todo en nuestra oración comunitaria, nos dirigimos y celebramos a Dios Trino, hoy, primer domingo desde la reanudación del tiempo ordinario, cada año dedicamos esta fiesta a la Santa Trinidad.

Este día es como un resumen de todo lo que acabamos de celebrar en el ciclo de la Pascua: el Padre nos ha querido salvar a través de la entrega pascual de su Hijo y con el don de su Espíritu. Es una visión global de la historia de la salvación.

A lo largo de los tres ciclos dominicales las lecturas bíblicas nos presentan un retrato distinto del mismo Dios, un retrato vivo, no tanto a partir de sus definiciones filosófico-teológicas, sino de sus actuaciones salvíficas, tal como se nos describen en la biblia. Este año -ciclo C- sus rasgos característicos son la creación inicial del cosmos, la gracia que nos ha comunicado en Cristo y en el Espíritu, y la admirable comunión que existe entre las tres divinas personas.

No es indiferente la imagen que tenemos de Dios. De ella depende en gran parte nuestra relación con El; de criaturas, de esclavos o de hijos.

-LA CREACIÓN CÓSMICA, PRIMERA REVELACIÓN DE DIOS

La primera lectura nos presenta a la Sabiduría de Dios, desde el principio de la creación. Un Dios que ha creado este nuestro mundo "con sabiduría y amor" (como dice la Plegaria Eucarística IV). El salmo nos ha hecho repetir cantando: "qué admirable es tu nombre en toda la tierra". Dios se nos da a conocer ya en lo creado.

No estaría mal que la homilía fomentara este aprecio y esta "lectura" religiosa de nuestra relación con lo cósmico. Los ecologistas tienen razón en admirar la hermosura de este mundo y en querer conservarla.

-EN CRISTO Y SU ESPÍRITU SE NOS REVELA TODO EL AMOR DE DIOS 

Pero si la creación es admirable, mucho más lo es la obra de la salvación que se ha cumplido en Cristo Jesús.

En El se nos ha revelado todo el amor del Padre. En El y en su Espíritu tenemos la paz, la reconciliación, el acceso al Padre y la esperanza que colorea nuestra vida, a pesar de las tribulaciones que pueden salirnos al paso. Es lo que en la densa lectura segunda nos ha dicho Pablo.

Y todavía el evangelio nos hace subir a una comprensión teológica más profunda. Nos habla de la admirable intercomunión que existe entre las tres Personas. El Padre nos ha enviado a Cristo, que nos dice que "todo lo que tiene el Padre es mío", y añade que nos enviará al Espíritu, que "os guiará hasta la verdad plena…y recibirá de mí lo que os irá comunicando".

Puede parecer una visión demasiado elevada para los cristianos que caminamos por este mundo llenos de preocupaciones y límites. Pero ése es nuestro Dios. Eso sí: un Dios que no vemos ni presentamos como un Ser perfectísimo y lejano, omnipotente y frío, retratado en un problema "aritmético" de personas y naturalezas. Sino un Dios que es Padre, que se ha querido acercar a nosotros y ha entrado en nuestra historia; un Dios que es Hijo, que se ha hecho Hermano nuestro, que ha recorrido nuestro camino y se ha entregado por nuestra salvación; un Dios que es Espíritu y nos quiere llenar en todo momento de su fuerza y su luz. Un Dios cálido. El Dios bíblico. El Dios viviente y cercano.

-CONSECUENCIAS PARA NUESTRA VIDA

Hoy es un día para hacer una catequesis amable de cómo nuestra vida cristiana está marcada -más de lo que parece- por este Dios Trino que ha actuado desde siempre para nuestra salvación:

* ya en el Bautismo fuimos signados y bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", envueltos, por tanto, ya desde el principio en su amor;

* en nuestra celebración eucarística, al principio nos santiguamos en su nombre, y al final el presidente nos bendice también con la fuerza del Dios Padre, Hijo y Espíritu;

* a lo largo de la misa cantamos el Gloria, o recitamos el Credo, siempre centrados en la actuación de las tres divinas Personas; y el sacerdote siempre dirige la oración al Padre, por medio de Cristo y el Espíritu;

* también en nuestra oración personal nos santiguamos recordando a Dios (por ejemplo al inicio del viaje o del trabajo, o al salir de casa), o decimos el "Gloria al Padre" como resumen de nuestras mejores actitudes de fe.

Todo esto nos motiva para que sigamos nuestra vida con esperanza, con alegría. Estamos "sumergidos" en ese Dios a quien oramos y a quien hoy celebramos de una manera más explícita. Ese Dios que es nuestro origen y nuestro destino gozoso.

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ASCENSION DEL SEÑOR

 

-ASCENSIÓN, DESARROLLO DE LA PASCUA: 

Hicieron bien en situar en un domingo de Pascua la fiesta de la Ascensión del Señor. Así se ve que no es una fiesta aparte, preocupada de la cronología histórica, sino algo que pertenece y es el desarrollo de la misma Pascua que estamos celebrando desde hace seis semanas.

Lucas -éste es su año- nos cuenta dos veces la escena. Una, como final del evangelio, y otra como inicio de su libro de los Hechos, la historia de la Iglesia. Y es que la Ascensión es el entronque: el punto de llegada de la vida de Jesús y el punto de partida del tiempo de la Iglesia. En el evangelio ha ido contando Lucas cómo Jesús, desde Galilea, sube hasta Jerusalén, donde vive intensamente su muerte y su glorificación. Luego, desde Jerusalén empieza el gran camino de la Iglesia, que tiene que llevar su testimonio a todo el mundo. Ahora la meta simbólica será Roma. La homilía podría seguir este esquema: el triunfo de Jesús y el inicio de la misión eclesial. Triunfo y tarea.

-JESÚS HA CUMPLIDO

Nos alegramos por el triunfo de Jesús. Después de cumplir su misión -la voluntad del Padre que le ha encomendado la salvación del mundo a través de su entrega total-, ahora es glorificado y constituido Señor sobre todo el mundo y Cabeza de la comunidad eclesial (lectura segunda): "el Padre ha desplegado la eficacia de su fuerza poderosa en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo".

En la homilía el presidente puede ya anticipar los títulos de Jesús que luego proclamará con énfasis en el prefacio: "el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y la muerte, mediador entre Dios y los hombres, juez de vivos y muertos". La homilía -y toda la celebración, con cantos y textos- debe transpirar admiración y alegría por esta victoria de Cristo.

-AHORA NOS TOCA A NOSOTROS

Pero la fiesta de hoy apunta también a la Iglesia, que no se puede quedar "mirando al cielo", sino que recibe el encargo de "quedarse en la ciudad" y continuar la misión de Jesús, hasta que vuelva y se manifieste en gloria. El encargo es: ser testigos, predicar la buena noticia, celebrar los sacramentos… Para que la comunidad -nosotros- podamos cumplir bien esta no fácil misión, hay dos "ayudas" fundamentales.

a) J/AUSENCIA-PRESENCIA:AUSENCIA/PRESENCIA/J: El mismo Cristo Jesús está con nosotros; su subida al cielo y su glorificación no son ausencia total. Si entendiéramos bien la Ascensión veríamos que no es misterio de ausencia, sino de presencia profundamente universal: "yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (antífona de comunión), porque como dice el prefacio, "no se ha ido para desentenderse de este mundo". El Señor Jesús, ahora en su existencia glorificada, está presente y activo en todas partes, como protagonista de la salvación. Nosotros "colaboramos" con El.

b) Pero además nos ha dado su Espíritu, otro protagonista invisible, pero realmente presente. Jesús da el encargo misionero ligado a la promesa y a la donación de su Espíritu, que es el que da fuerza, luz y eficacia. Es lo que gozosamente recordaremos de modo especial el domingo que viene.

-ALEGRÍA Y ESPERANZA

Hoy cabe acentuar el tono de esperanza y optimismo que la Pascua y la fiesta de la Ascensión nos quieren comunicar.

Cristo no ha triunfado solo. De su victoria ya participamos todos: "la Ascensión de Jesucristo es ya nuestra victoria" (ASC/VICTORIA:colecta), "nos das ya parte en los bienes del cielo", "en Cristo nuestra naturaleza humana ha sido enaltecida y participa de su misma gloria" (poscomunión), "ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino" (prefacio), "para hacernos compartir su divinidad" (prefacio segundo).

Lucas resume así la actitud de los primeros cristianos, a pesar de la "ausencia" de la Ascensión: "ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría" (evangelio). Hoy es la fiesta de la esperanza. Es verdad que también lo es de nuestro compromiso y de la tarea encomendada, pero prevaleciendo el tono de la cercanía de Cristo que nos ayudará en el empeño. Sería bueno nombrar a la Virgen Madre, al final del mes tradicionalmente dedicado a ella. María ha sido -también en esto- la "primera cristiana", la que más de cerca ha seguido a Cristo en el camino de la cruz y en su triunfo. Ella, además, ya participa, por la Asunción, de la victoria de su Hijo en cuerpo y alma.

Todo será poco para que la celebración de hoy logre comunicarnos la esperanza de la Pascua: "que el Señor ilumine vuestros ojos para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama" (lectura segunda).

Y en medio, la Eucaristía. Esta comunidad de Jesús que somos nosotros, en tensión entre la "despedida" de Jesús y su "vuelta" gloriosa final, vamos viviendo nuestra fe y nuestra misión apoyados por la Eucaristía: "cada vez que comáis… proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 C 11, 26). En cada Eucaristía recordamos la Pascua de hace dos mil años. Adelantamos la Pascua final de la historia. Pero sobre todo participamos de la Pascua actual, con la que el Señor Glorioso nos quiere llenar de su Vida y su Alegría.

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