MENSAJEROS DE LA CRUZ

MENSAJEROS DE LA CRUZ PASCUAL

http://www.passiochristi.org/Documents/Santi%20Passionisti/SantiCP_index_sp.htm

 

En esta segunda meditación del día de retiro nos fijaremos, como personas consagradas, en nuestra misión, la que recibimos del Señor y brota de la pascua: “Como el Padre me envió, así os envío yo” (Jn 20, 21). La Iglesia es anunciadora de la BN de la pascua, portadora de la salvación y la vida que brotan de la cruz pascual.

Todas las familias religiosas tenemos una misión especial en la Iglesia, a través de la cual vivimos, testimoniamos y anunciamos algún aspecto de la riqueza insondable del misterio de Cristo: Cristo orante, Cristo divino maestro, Cristo compasivo y misericordioso,  Cristo médico y sanador de heridas, Cristo buen samaritano, Cristo que acoge y bendice, Cristo anunciador de la BN… Cristo en su Pasión, en su vida pública, en la Eucaristía, en su misterio redentor etc… La misión nos une a Cristo, nos configura con El, para hacerle visible y operante entre los hombres.

1.    “Haced esto en memoria mía”

La misión de Cristo se sintetiza en algunos mandatos del Señor que manifiestan el envío de sus discípulos al mundo y su sentido; son pocos los  mandatos de Jesús,  pero esenciales: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio” (Mc 16, 15); “Poneos en camino, anunciad el reino, curad enfermos” (Lc 9, 2): “Vete y haz tu lo mismo” (Lc 10, 37); “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36); “Amaos los unos a los otros… Permaneced en mi amor” (Jn 13, 34; 15, 9)… Pero, sobre todo, destaca el mandato de Jesús referido al misterio de su Pascua: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19), el que sintetiza de alguna forma todos los demás mandatos y expresa el verdadero sentido de la misión.

La misión que recibimos las familias religiosas, al ser reconocidas oficialmente por la Iglesia, es también parte de este mandato del Señor… Este mandato nos recuerda que Jesús realiza la misión del Padre en actitud obediente de humilde servicio; vino a hacer la voluntad del Padre y toda su vida fue servicio y donación: “¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22, 27); “¿Veis lo que he hecho con vosotros? Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que he hecho con vosotros” (Jn 13, 12-15)… “Se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz, y por eso Dios lo exaltó” (Fil 2, 8-9).

“Esto es mi cuerpo que se entrega… Esta es mi sangre, derramada… Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19-20). En la misión se realiza lo que está significado en estas palabras, esto es la salvación llevada a cabo por Jesús con su muerte redentora en la cruz y que adquiere múltiples facetas… La misión no se realiza, ni se lleva a término sin donación y entrega, sin entregar nuestra vida enteramente a Dios por el bien de los demás y sin derramar nuestra vida en una donación plena por los demás, como lo hace Jesús en la cruz. El mandato que el Señor nos dio y que oímos de nuevo de sus labios cada vez que celebramos la Eucaristía, memorial de la pascua, no es un mero mandato ritual en orden a perpetuar el misterio en la liturgia eucarística, sino que se trata también y sobre todo de un mandato existencial-vital, en orden a hacer lo mismo que el Señor hizo por nosotros; es decir, hacer de nuestra vida una ofrenda   permanente, un sacrificio vivo, un servicio generoso y humilde, para cumplir la misión que hemos recibido, para llevar a los hombres la BN de Dios y de su amor. Por eso, cada día, al celebrar el misterio de la Eucaristía, debemos sentirnos de nuevo enviados a cumplir la misión y a compartir con los demás los dones que de Dios recibimos y en los que participamos cada día. El “Ite misa est” es una invitación a anunciar y compartir lo que hemos celebrado y lo que se nos da gratuitamente.  

2.    Bajar del monte hacia los necesitados  

En el Evangelio vemos que la proclamación del reino y la BN de las bienaventuranzas, la manifestación del misterio y de la gloria de Dios y el encuentro amoroso con el Padre en la oración, tiene lugar en el monte, en la montaña, como el lugar por excelencia de la experiencia y el encuentro del hombre con Dios; allí es donde el alma se llena de luz y la persona experimenta la cercanía y la gloria de Dios.

Pero en el Evangelio vemos también que Jesús no se queda en la montaña, en el Tabor, sino que baja a predicar, a hacer el bien, a curar a los enfermos y perdonar a los pecadores, a mostrar a través de su acción sanadora el contenido de la BN, la belleza contemplada en el monte, la comunión de amor experimentada en la oración. Es en la llanura de la vida cotidiana donde Jesús multiplica y parte el pan para los pobres, donde se compadece de los necesitados que andan como ovejas sin pastor, donde acoge a los pecadores y come con ellos, donde acoge y sana a los enfermos.

Esta doble dinámica de la contemplación y la acción, del encuentro con Dios en la montaña y la acción compasiva con los necesitados en la vida cotidiana, la vemos admirablemente reflejada en el Sermón de la Montaña y en el pasaje de la Transfiguración, pasaje este último narrado en los tres sinópticos y al que se hace referencia también en otros lugares del NT. Juan Pablo II tomó este pasaje en la exhortación sobre la Vida Religiosa como un auténtico icono de lo que es la Vida Consagrada, que está llamada a ser vida “transfigurada” por la presencia y la luz de la Palabra de Dios, por la escucha de la voz del Hijo amado de Dios, por la belleza de Dios manifestada y contemplada en Cristo, por el gozo de la comunión y el diálogo con Dios, por la gloria de Dios manifestada en la Cruz.

Pero la VR es “vida transfigurada” para convertirse en testimonio, profecía y acción misericordiosa para los hombres a través de la misión: “La Transfiguración no es sólo revelación de la gloria de Cristo, sino también preparación para afrontar la cruz. Ella implica un ‘subir al monte’ y un ‘bajar del monte’: los discípulos que han gozado de la intimidad del Maestro, vuelven de repente a la realidad cotidiana y son invitados a descender para vivir con El las exigencias del designio de Dios y emprender con valor el camino de la cruz” (VC, 14).

Para que nuestra Vida Consagrada sea plena y gratificante debe participar de este dinamismo “transformante”: debemos contemplar la gloria y la belleza de Dios en la oración, debemos cultivar una profunda vida espiritual, el encuentro personal y el diálogo de amor con el Señor, debemos retirarnos frecuentemente a solas con el Señor en el monte para ser auténticos hombres y mujeres de Dios. Debemos subir al monte con Jesús para luego bajar con El a la llanura de la vida y el trabajo cotidiano, a comunicar a los hermanos lo que hemos contemplado (“contemplata aliis tradere”). No podemos quedarnos en el monte auto-complaciéndonos en el “¡qué bien se está aquí!”, cuando nos esperan tantos hermanos necesitados y cuando el Señor nos está invitando a bajar del monte y a seguir caminando hacia la Pascua abrazados a la cruz de cada día.

3.    “Gratis habéis recibido, dad gratis”

Los consagrados lo hemos abandonado todo en este mundo para llenarnos de todo lo que es Dios: de los dones de su amor, de los valores del reino, de la riqueza de su misericordia. Los consagrados debemos ser personas llenas de Dios para poder llevar y compartir esta riqueza a los hermanos. En la contemplación, en nuestra oración y nuestro trato con el Señor, es tiempo de llenarnos de El, de abrir nuestra vidas y nuestros corazones al río de agua viva y de amor misericordioso que brota de las entrañas del Salvador, que por nosotros murió en la cruz. A través del despojamiento y el desprendimiento de las cosas terrenas, de los afectos humanos y de nuestra propia voluntad, hacemos posible el espacio para los dones y la riqueza de Dios, espacio también para acoger a los hermanos necesitados y para poder hacerles partícipes del amor misericordioso. Contemplar con fe y amor al que traspasaron, es llenarnos de su salvación y de su vida para compartirla generosamente con los hermanos.

“Gratis habéis recibido, dad gratis”; “Qué tenéis que no hayáis recibido?… Vida Consagrada es la experiencia permanente del amor gratuito de Dios para ser testimoniado y anunciado a los demás. Por eso, si toda la Iglesia es apostólica, lo es muy especialmente la VR, que es en sí misma misionera: “De su fidelidad a Dios, nace también la entrega al prójimo” (VC 24).. En consecuencia, “la misión está inscrita en el corazón  mismo de cada forma de vida consagrada: En la medida en que el consagrado vive una vida únicamente entregada al Padre, sostenida por Cristo, animada por el Espíritu, coopera eficazmente  a la misión del Señor Jesús, contribuyendo de forma particularmente profunda a la renovación del mundo” (VC, 25)… La Vida Consagrada es en sí misma misionera, testimonio vivo del amor misericordioso y redentor de Dios para el hombre. Juan Pablo II nos recordaba que “en la llamada está incluida la tarea de dedicarse a la misión; más aún, la misma Vida consagrada se hace misión”. Por eso, “antes que en las obras exteriores, la misión se lleva a cabo en el hacer presente a Cristo en el mundo mediante el testimonio personal… Y la VR será tanto más apostólica, cuanto más íntima sea la entrega al Señor, más fraterna la vida comunitaria y más ardiente el compromiso en la misión específica del instituto” (VC, 72).

La tentación que podemos tener hoy, al experimentar la precariedad de nuestras comunidades, es pensar que lo que teníamos que aportar a la misión, ya lo hicimos, pues ahora ya estamos “jubilados” y hay que dar paso a otros. Es la tentación a la que nos empuja la sociedad materialista y utilitarista  que nos rodea. Por eso mismo, es la hora de recordar que la Vida Consagrada en sí misma es ya misión, testimonio vivo del Evangelio a través de nuestra vida cristiforme y transfigurada por la acción del Espíritu y, por lo mismo, el valor de nuestra misión y nuestro testimonio está hoy como siempre en la calidad de nuestra vida consagrada e lo que se refiere a la experiencia de Dios, a la vida fraterna, al saber abrazarnos a la cruz, a una vida evangélica, a  la capacidad para acoger el amor de Dios… En la medida en que nos abramos a la gracia y acojamos los dones de Dios, podremos dar y compartir con los demás.

4.    “Ocuparse de aquello que el mundo descuida”

No cabe duda que la VC está pasando por momentos de prueba, en cierto modo, por “la noche oscura” de la fe, teniendo en cuenta las muchas dificultades que estamos viviendo, especialmente en los países en los que en otros tiempos fue muy floreciente y fecunda. Hoy más que nunca, se pone a prueba nuestra fe en la VC;  se nos invita a esperar contra toda esperanza, recordando que la salvación brotó de un renuevo del tronco seco de Jesé y es fruto de la promesa y la acción de Dios… Todas las familias religiosas andamos en estos momentos en tareas de reestructuración y reorganización de nuestras obras y trabajos. Y la exhortación  “Vita consecrata” (cf. nº 63) nos daba algunos criterios luminosos para esta tarea, como la salvaguarda del carisma, la calidad de vida fraterna y otros; pero entre ellos, proponía un criterio que me parece especialmente significativo, desde una contemplación del que traspasaron: “Ocuparse de aquello que el mundo descuida”. Si lo hacemos, pienso que nuestra vida y nuestra presencia seguirá teniendo pleno sentido, seguirá siendo significativa para los hombres y mujeres de nuestra sociedad, y estaremos haciendo una reestructuración “para la vida” y no simplemente para la supervivencia.

Pienso que la vida consagrada siempre se ha ocupado de lo que el mundo olvida o descuida y que, sin embargo,  es muy importante para todo hombre… ¿Qué es lo que el mundo descuida hoy? ¿Qué es lo que más olvida nuestra sociedad actual?… Descuida su dimensión espiritual y su vida interior y consecuentemente se vive en un olvido generalizado de Dios y por eso mismo, el desamparo en que se encuentra el hombre aactual… Descuida los valores éticos y por eso se da la falta de respeto a la dignidad de la persona y existe una gran desorientación… Descuida la familia, las relaciones personales, la comunicación, y por eso se da en nuestra sociedad situaciones de profunda soledad…. Descuida los pobres y marginados de nuestro mundo y por eso existe un materialismo y un egoísmo institucionalizado… Descuida y olvida a los ancianos, a los enfermos y a los que sufren, y por eso tenemos un mundo deshumanizado y falto de esperanza… Descuida la compasión, la misericordia y el perdón, y por eso existe tanta desolación y tanta violencia soterrada… Descuida la verdad, la transparencia y la belleza interior, y por eso existe tanta hipocresía, tanta mentira y tanta superficialidad… Para ocuparnos de lo que el mundo descuida, debemos ser, por tanto, hombres y mujeres de Dios, personas coherentes y llenas de valores, comunidades fraternas con una opción muy definida por los pobres, los humildes y los que sufren; personas y comunidades acogedoras donde se viva la compasión y la misericordia.

Los consagrados estamos para ocuparnos de todo lo que el mundo descuida, sobre todo de las personas que nuestra sociedad olvida, margina y discrimina; estamos para recordarles su dignidad y hacerles sentir el amor compasivo y redentor del Señor hacia ellos. De esta forma podemos seguir siendo testigos proféticos y signos de la sobreabundancia y la gratuidad del amor, la bondad y la belleza de Dios (cf. VC, 104) en nuestro mundo actual.

5.    Sanadores en un mundo de sufrimiento

“Contemplar al que ‘traspasaron’ nos llevará a abrir nuestro corazón a los demás, reconociendo las heridas infligidas a la dignidad del ser humano, a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona y a aliviar los dramas de la soledad y el abandono de muchas personas” (Mensaje de cuaresma)… Esta invitación a la compasión que debe suscitar en nosotros la contemplación de Jesús Crucificado, recuerda el pensamiento de Abbé Pierre, el fundador de los Traperos de Emaús, recientemente desaparecido, que escribía en su Testamento que “ser caritativo no consiste sólo en dar, sino en haber estado y estar herido con la herida del otro” (Testamento, Madrid 1994, 185). Es decir, dejar que el sufrimiento del otro toque también nuestra vida y nuestro corazón y esto nos mueva a la misericordia

De Jesús nos dice el NT, resumiendo lo que fue su vida sobre la tierra, que “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo” (Hech 10, 38); y en la misión que Jesús da a los apóstoles, junto al anuncio de la BN se incluye la sanación: “Los envió a proclamar el reino de Dios y a curar” (Lc 9, 2); “y yéndose de allí, predicaron que se convirtieran, expulsaban a muchos demonios y ungían con óleo a muchos enfermos y los curaban” (Mc 6, 12-13).

El discípulo de Cristo ha de imitar al Buen Samaritano, compadeciéndose del necesitado, curando heridas, aliviando sufrimientos e imitando al que practicó la misericordia: “Vete y haz tu lo mismo” (Lc 10, 37), le dice Jesús al Maestro de la Ley de buena voluntad que quería heredar la vida eterna y nos lo dice también a nosotros hoy.

De pocas cosas están más necesitados los hombres y mujeres de nuestro tiempo como de la compasión, la misericordia, la sanación integral, pues vivimos en un mundo con muchas cosas materiales, una sociedad de “bienestar” material, de abundancia de bienes terrenos, de confort y de muchos placeres… Pero un mundo también en el que existen muchas heridas, mucha soledad y desolación interior, muchas carencias, fracasos y frustraciones, mucho vacío y falta de sentido, muchas rupturas y rencores, muchas vidas rotas y sin horizonte, en definitiva, mucho sufrimiento.

Las personas consagradas, con nuestro estilo de vida “cristiforme” y desde los diversos carismas de nuestras familias religiosas, estamos llamados a imitar a Cristo haciendo el bien y sanando a los atribulados… Dios nos ha colmado con toda clase de bienes y nos ha sanado, para que nosotros nos convirtamos en sanadores y mensajeros de paz: para que curemos heridas, aliviemos dolores, compadezcamos a los atribulados, acompañemos duelos y soledades, creemos puentes y lazos de unión, sembremos paz y esperanza entre tanto sufrimiento y falta de horizontes luminosos: “El nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios” (2Cor 1, 4)… Con ello estamos imitando a Jesús, cumpliendo su mandato y también atendiendo lo que el mundo descuida.

6.    El anuncio de la cruz pascual

La contemplación del “traspasado” por nuestro amor nos recuerda que la cruz está habitada, que fuimos salvados por la muerte del Señor en la cruz, que el sufrimiento y la cruz son camino de vida y salvación para quienes creemos en El… La cruz a secas o la cruz desnuda puede ser signo del sufrimiento, del dolor y la muerte..

La cruz pascual, por el contrario, es la cruz habitada por quien muere por amor para dar y comunicar vida para siempre; es signo de vida y de esperanza porque es la cruz del Salvador, la cruz florecida en la resurrección y recuerdo del árbol de la vida, donde nace y se alimenta toda esperanza… La cruz pascual es la cruz victoriosa,  signo de esperanza en medio de los sufrimientos y de las cruces dolorosas de la vida, que nos recuerda que en cada cruz y en cada sufrimiento hay una semilla de vida, que podemos hacer germinar desde la fe en Cristo crucificado y resucitado.

Los que hemos comprendido el amor de Dios manifestado en Jesús muerto en la cruz por nosotros,  hemos contemplado su corazón abierto y hemos acogido los tesoros que brotan de la fuente del Salvador, proclamamos la palabra de la Cruz por lo tanto,  no como profetas de muerte y dolor, sino como mensajeros de esperanza y de vida, anunciadores de consuelo y misericordia.

Los consagrados/as debemos ser anunciadores de la cruz pascual, de la cruz habitada por el Amor y florecida en la nueva vida, que brota a partir de la experiencia de sufrimiento y de muerte. Anunciar la cruz pascual es llevar la esperanza, el consuelo y la compasión del amor de Dios a todos los que sufren y pasan por momentos de dolor. Como mensajeros de la vida que brota del árbol de la cruz,  debemos ayudar a las personas a descubrir en cada cruz y cada sufrimiento la semilla de vida que podemos hacer germinar desde nuestra fe en Cristo crucificado y resucitado, pues El murió para que nosotros tengamos vida,  para que ninguna cruz y ningún sufrimiento quede en el olvido. Ser anunciadores de la cruz pascual significa también sobrellevar con entereza cristiana las dificultades, carencias y contrariedades de la vida, con la certeza de que, si el Salvador cargó sobre sí nuestras cruces y sufrimientos, ninguna cruz quedará sin redimir, ninguna lágrima sin enjugar y ningún sufrimiento dejará de producir frutos de esperanza y de nueva vida… Anunciar la cruz gloriosa de la pascua es llevar consuelo a los enfermos y a los tristes, seguridad a los ancianos, compañía a los que se encuentran solos y abandonados, serenidad y paz a los atribulados, esperanza y fortaleza a los jóvenes… De esta forma compartimos con los demás lo que Dios recibimos y nos convertimos en mensajeros de esperanza a través del anuncio de la Cruz Pascual.

 

“Gracias, Señor, por habernos colmado de gracia y de ternura, por habernos llamado a ser colaboradores en tu obra de liberación. Danos la fuerza que brota de tu corazón abierto, para poder ocuparnos de lo que el mundo descuida y de los que la sociedad olvida, para ser sanadores en un mundo de sufrimiento y mensajeros de la Cruz Pascual para nuestros hermanos y hermanas necesitados. Amén”  

                                               Laurentino Novoa Pascual CP.

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